Félix Madrigal/ACG – Morelia, Michoacán

A las tres de la mañana, cuando la ciudad aún duerme, Benjamín ya está despierto. Enciende el horno, prepara la masa y deja que el olor a pan fresco inunde la panadería de Leona Vicario 573, el mismo lugar donde comenzó su historia hace más de siete décadas.

A sus 87 años, cuenta que recorría las calles de Morelia en bicicleta, con un canasto sobre la cabeza y una sonrisa que ni el tiempo ni las madrugadas han borrado. Recuerda que empezó en el oficio a los 15 años, aprendiendo de su padre, José García Mendoza.

Desde entonces no ha dejado de trabajar. Ha visto pasar generaciones, crisis, modas y tecnologías: del horno de leña al de gas, del triciclo a la bicicleta. Hace casi medio siglo venció un cáncer de pulmón, y aunque los médicos le recomendaron no cargar más de 15 kilos, él siguió entregando pan cada mañana. “Por algo me tiene todavía aquí el Creador”, confiesa mirando al cielo.

Benjamín pertenece a una estirpe de vida larga y corazones firmes. De su familia aprendió que la constancia y la fe son la mejor herencia. “La mejor escuela es la vida. Si tú te quieres, ya la hiciste. Si no te quieres… ya valiste”, afirma con serenidad.

Le preocupa, sin embargo, el rumbo de las nuevas generaciones. “Ya no quieren nada, sólo que les den los padres”, comenta sin enojo, sólo con nostalgia. Sabe que los tiempos han cambiado, pero también que sin esfuerzo no hay pan que salga del horno.

Cuando le preguntan ¿cuál sería el mejor premio que Dios podría darle?, responde sin pensarlo: “Dormirme y no despertar… pero mientras tanto, seguir trabajando”. Porque mientras haya masa que amasar y gente a quien alimentar, Benjamín seguirá cocinando, llevando en cada pan un pedazo de su vida.

Un hombre sencillo que, con cada amanecer, demuestra que el trabajo, la fe y la gratitud son las manos que amasan la existencia.