Desde la comodidad de las redes sociales, donde la impunidad permite sacar el lado más ruin y miserable del ser humano, se erigen como héroes figuras que cualquier persona sensata cuestionaría

No se puede vivir sin héroes, santos ni mártires.
Ernesto Sábato

Jorge A. Amaral

En 2017, a propósito de las fiestas patrias, el Gabinete de Comunicación Estratégica encuestó a 600 mexicanos sobre la heroicidad en México. Más allá de las particularidades del tema patrio, lo que llama la atención y que me sirve de preámbulo es que, en ese entonces, hace casi 8 años, el 65.9 por ciento de los encuestados consideró que en el México de esa actualidad no existía un personaje digno de considerarse héroe, ya sea por su capacidad para enfrentar la injusticia o para luchar a favor de los necesitados. Sólo el 30.4 por ciento de los encuestados consideró que en la sociedad sí había personas con dotes heroicas.

En cuanto a la pertinencia de que existan héroes o personas que luchen por mejorar al país, el 86 por ciento dijo que sí es necesario, el 11 por ciento consideró que no hacen falta y el resto no supo o le dio lo mismo.

Ya en 2023, en la encuesta “Orgullo mexicano y fiestas patrias”, también de la misma casa encuestadora, se mostró que el mexicano no tiene héroes contemporáneos. Miguel Hidalgo fue considerado el máximo héroe de la historia nacional, con 35 por ciento, en tanto que uno de cada 100 mexicanos consideró a Agustín de Iturbide, Vicente Guerrero, Porfirio Díaz, Moctezuma o Lázaro Cárdenas, respectivamente, como la mayor gloria heroica de este país. De los demás considerados, ninguno es posterior en la historia a Lázaro Cárdenas, lo que evidencia la falta de héroes contemporáneos.

A la pregunta de si actualmente hay héroes o personas que hagan sentir orgullo, a diferencia de 2027, en 2023 sí abundaban los nombres, aunque la mayoría seguía pensando que no los hay (55 por ciento), pero la diferencia ya no fue tan amplia, ya que el 41 por ciento de los encuestados sí tenía algún héroe. Los resultados son tan disímbolos como reveladores, esto al notarse que la mayoría de los encuestados se sentía más orgulloso de personajes de la política que de la ciencia o de la defensa de los derechos humanos. En esa encuesta, el mayor motivo de orgullo fue, sí, adivinó: Andrés Manuel López Obrador, con el 28.2 por ciento. Pero hubo quienes dijeron sentirse orgullosos de compartir plano existencial con gente como Mariana Rodríguez Cantú (primera dama de Texas del Sur, conocido coloquialmente como Nuevo León) o Enrique Alfaro, “le’x Duce” de Jalisco.

Ya en menor rango estaba gente como el cineasta Guillermo del Toro, el piloto Checo Pérez (carajo), el Ejército Mexicano, empresarios como los del programa “Shark Tank”, las madres buscadoras o el científico Mario Molina (éste, en ultimísimo lugar).

Al menos desde el México posrevolucionario hubo el empeño oficial por legitimarse a través de la canonización oficial de personajes y la idealización de hechos, exacerbando más la histórica y maniquea polaridad con que se ha educado al mexicano para distinguir como irreconciliables a realistas e insurgentes, liberales y conservadores, porfiristas y revolucionarios, agraristas y latifundistas y un largo etcétera hasta llegar a chairos y derechairos.

Por esa narrativa, que López Obrador reavivó, es que crecimos con una variedad de héroes como Hidalgo, Morelos, Guerrero, La Corregidora, Melchor Ocampo, Benito Juárez, Ignacio Zaragoza, Madero, Zapata, Villa, Carranza, Lázaro Cárdenas y otros. Eso forjó la visión de un país, una parte de la identidad de los mexicanos. Pero hoy, con todo y los esfuerzos gubernamentales por revivir a los próceres de la patria, hay un vacío de héroes reales en el mexicano actual, sobre todo si se es menor de 40 años.

Pero antes de seguir, hay que dejar asentado que un héroe –o heroína– es alguien que se diferencia del resto de la gente por realizar alguna proeza, tener una virtud o emprender una hazaña de valor, como el que se mete a una casa en llamas a rescatar a una familia o el que defiende a su comunidad de las injusticias. Como ya se vio más arriba, héroes también se les considera a los personajes de la historia que se mostraron valerosos en la defensa de alguna causa, por lo regular justa.

Esto nos lleva a la conclusión, que también sirve como punto de partida, de que el héroe enmarca rasgos o características que todo hombre o mujer desea y admira y por ello se erige como un ejemplo a seguir (recuerde esta parte, ahorita volvemos), dado que el héroe se destaca por realizar hazañas o actos de bondad hacia otras personas de forma desinteresada o enfrentarse a grandes peligros o retos y salir airoso.

Basados en lo anterior, si buscáramos héroes contemporáneos, en México podríamos hablar de los periodistas que por ejercer su labor han sido intimidados, amenazados y hasta asesinados o desaparecidos. También podemos ver el heroísmo en los ambientalistas como Homero Gómez, o en activistas como las madres buscadoras, que a diario enfrentan los riesgos que conlleva su actividad, que son amenazadas y atacadas por los criminales y el apoyo que les da el Estado es meramente superficial.

Pero el mexicano promedio no se interesa en esos héroes, quiere otros más simples. Desde la comodidad de las redes sociales, donde la impunidad permite sacar el lado más ruin y miserable del ser humano, se erigen como héroes figuras que cualquier persona sensata cuestionaría.

Recientemente, una señora llamada Carlota llegó con sus familiares a reclamar la posesión de la casa a una familia de invasores. La disputa terminó de la peor manera: dos invasores muertos, un menor de edad herido y la señora e hijos encarcelados. Es bien sabido que en la Ciudad de México y la Zona Metropolitana operan grupos dedicados a la invasión de predios, el despojo y las extorsiones, y presuntamente los inquilinos indeseables pertenecían a uno de esos sindicatos del terror. Por esa razón, los usuarios de redes sociales empezaron a glorificar a la señora, llamándola “abuelita vengadora”, “heroína” y cosas por el estilo, y compararon a los invasores con los miembros del movimiento Okupa, de España, sin entender en lo más mínimo el fenómeno (en otra oportunidad hablaremos de ellos, porque el tema es más complejo que una simple invasión de predios, hay todo un trasfondo ideológico y político en ello).

El caso es que la señora, madre de un político de cuestionable reputación y que hoy está presa por doble homicidio, para el pópulo ya es una heroína que, como se estila en México, ya hasta corrido tiene.

Esta semana que los normalistas han andado desatados con protestas por aquí, despojos por allá y daños por acullá, recordé al sujeto que en 2014 aventó su camioneta contra un grupo de normalistas que se manifestaban en un crucero de la ciudad, con saldo de 12 lesionados y a quien de inmediato la ciudadanía cubrió con el manto de la heroicidad.

Bueno, pensando en eso, y dado que el 9 de abril se cumplieron 11 años de tan reprobable acto, publiqué una nota alusiva al aniversario. Los comentarios no se hicieron esperar, todos ellos pidiendo el regreso de ese imbécil como si de la venida de Jesucristo se tratara. Nadie recordó el hecho con desagrado, no hubo una sola crítica. Todo fue glorificación de un idiota que intentó matar a una multitud.

Y esto me lleva a la reflexión de más arriba sobre la persona heroica que tiene virtudes que los demás admiran y desean y realizan hazañas que el resto de la gente quisiera hacer pero no se atreve; en este caso, matar a balazos a cualquiera que invada su propiedad o usar un carro como arma contra quienes no lo dejan pasar y a quienes no pueden enfrentar por ser cientos y rijosos.

Esto se debe a varios factores: los valores morales y éticos ya no existen, la gente en el fondo es egoísta y ruin y usa las redes sociales para desfogar el veneno interno, se idolatra a pendejos y se mitifica a cretinos.

En fin, dado que cualquier multitud que descuartice a un raterillo, doña Carlota o el de la Durango roja encarnan el ideal de mucha gente y sus más hondos deseos, recuerdo a Juan José Arreola y su “Alarma para el año 2000”, cuando advierte “¡Cuidado! Cada hombre es una bomba de tiempo a punto de estallar”. No sabemos en qué momento alguien hará algo tan estúpido que hasta parezca heroico, ignoramos cuándo explotaremos nosotros mismos. Ante tan caótica visión, el escritor jalisciense nos da la solución en el mismo texto: “No hay más remedio que amarnos apasionadamente los unos a los otros”. Ojalá que un día haya un héroe que le enseñe a la gente que el amor debe ser más fuerte que la rabia. Es cuánto.