Habían escalado montañas, soportando temperaturas extremas y enfrentado los efectos de la altitud. Aprendieran a lidiar con la hipotermia, a asistir a sus compañeros en situaciones críticas ya dominar cada técnica necesaria para sobrevivir en la montaña. Ahora, después de conquistar el Nevado de Toluca, el Ajusco y el Iztaccíhuatl, les esperaba su prueba más grande: el Pico de Orizaba, el Citlaltépec, la cumbre más alta de México.
Un grupo de solados, fusileros paracaidistas del Ejercito mexicano, estaban en la última etapa de su Curso de Operaciones de Alta Montaña y Búsqueda y Rescate; cada uno de los 23 participantes sabía que este reto no solo medía su resistencia física, sino también su determinación y trabajo en equipo.
“Todos subimos, todos bajamos”, grito el instructor antes del ascenso, sin pensar que esa frase se convertiría en su lema durante la travesía, la montaña no se conquista solo con fuerza; requiere disciplina, unidad y confianza en los compañeros.
A las tres de la mañana, “Los Chutes”, como son conocidos, estaban listos, pues llevaban consigo: crampones, piolets, mochilas con material de emergencia y sus rifles FX-05 Xiuhcóatl, era una extensión de su cuerpo. Algunos cargaban cuerdas y camillas, preparadas para cualquier imprevisto. Con las lámparas en sus cascos, emprendieron la marcha, el frio cortaba la piel y el sonido de sus pisadas se perdía en la inmensidad del paisaje.
Un sendero los llevó por un antiguo canal de piedra, vestigio de proyectos olvidados y también de leyendas ancestrales. Se dice que Quetzalcóatl, la serpiente emplumada, lloró su exilio sobre esta tierra, dejando su pena impregnada en la región de Tlanchinotépetl, el cerro quemado, donde su paisaje desolado aún parece reflejar aquella tristeza.
Cada que ascendían, el aire se volvía más escaso y el frío penetraba hasta los huesos, donde un sendero de grava inclinado a 45 grados y un riachuelo congelado les bloqueaban el paso, pues era un terreno traicionero que solo podía sortear con precisión y coordinación. Tras tres horas de esfuerzo, llegaron a “los Nidos”, conocido por ser un punto estratégico más allá de las nubes; desde ahí, el Altiplano Central Mexicano se desplegaba ante sus ojos como un cuadro sin fin, la vista era impresionante, pero también un recordatorio de lo lejos que habían llegado.
“Crees que ya estas cerca, que casi lo logras, pero sigues caminando y la cima no llega; es como si la montaña pusiera a prueba tu voluntad. Hubo un momento en el que sentí ansiedad de no lograrlo, pero al final, todos los hicimos, fue una satisfacción indescriptible”. Describió el ascenso final Luis Eduardo Santacruz, Cabo de Zapadores.
Finalmente, tras horas de esfuerzo, alcanzaron la cima, la nieve, el viento y la neblina fueron testigos de su triunfo, no solo se trata de conquistar una montaña, sino de confirmar que estaban listos para cualquier misión. La montaña les había enseñado su lección importante; en este tipo de operaciones, la confianza en el equipo es la clave entre la vida y la muerte.
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Fuente: Milenio