Ha trabajado con agrupaciones como la Orquesta Emenda, las mujeres músicas de Tingambato y artistas de Salamanca

Erandi Avalos, colaboradora La Voz de Michoacán

“Recuerdo una foto que me tomó mi mamá cuando tenía tres años —cuenta Eduardo López—. Estaba haciendo un berrinche porque no me quiso prestar su cámara Kodak Ektra 100. Esa imagen, sin querer, muestra lo mucho que me atraía la cámara desde pequeño”. Hoy, ese impulso infantil se ha convertido en una vocación: la de registrar con sensibilidad la región purépecha.

La infancia la vivió entre León y Paracho, “inventando juegos, imaginando historias y compartiendo con mis hermanos”. No creció rodeado de museos ni de estímulos artísticos, sino de curiosidad y observación. “Mi acercamiento al arte no vino de conciertos ni de museos, sino de ver un programa donde mostraban cómo se hacían las películas. Me fascinó ver los escenarios, las cámaras, la manera en que todo se construía”.

Al recordar su llegada a Paracho cada verano, evoca el olor a tierra mojada y la sensación de libertad: “Cuando cruzábamos la línea entre Guanajuato y Michoacán sentía un cambio: más vegetación, más calma, más gente en las calles que autos”. En aquel entonces sus vacaciones eran una fiesta: globos de cantoya, ferias, desfiles, juegos en calles aún sin pavimento. Hoy, dice con cierta nostalgia: “Paracho físicamente sigue siendo muy parecido, pero la convivencia ha cambiado; ya no hay esas grandes reuniones espontáneas en la plaza”.

La fotografía llegó un poco después, en la preparatoria: “Un amigo llevaba una cámara digital a las fiestas y yo aprovechaba cada ocasión para tomar fotos. Cuando tuve mi primera cámara, organicé una sesión con una amiga: le hice miles de fotos ese día, y poco a poco fui aprendiendo, refinando mi mirada”. Su primera oportunidad real vino de parte de Graciela Mora y Ricardo Rodríguez, quienes eran los encargados de la orquesta Jimbani Erandepakua en Nurío. “Ella vio mis fotos y me invitó a cubrir un concierto. Ese trabajo me abrió un camino: me compraron una cámara mejor, me convertí en fotógrafo de la orquesta y desde entonces no he dejado de fotografiar músicos, conciertos y momentos que me transmiten algo especial”.

De ahí surgieron proyectos importantes: la serie de lauderos de Paracho en el marco del Paracho al Récord Guinness, que llegó a ser finalista en un concurso internacional de fotografía cultural de la UNESCO; talleres en comunidades como Cherán; y varias exposiciones en lugares como el Museo Regional Michoacano, el Colegio Jesuita de Pátzcuaro y el Encuentro de Guitarra en Salamanca, Guanajuato. También fundó Uërani, que este año cumplió diez años, y que ha sido un espacio clave para compartir y difundir su trabajo.

Eduardo observa con lucidez los dilemas identitarios de su pueblo. “Creo que en Paracho existe un conflicto de identidad, y es algo muy evidente para quienes vivimos aquí”, afirma. Señala que los vínculos con las comunidades purépechas vecinas, la pérdida de la lengua y los cambios históricos han dejado huellas profundas. “Recuerdo la primera vez que escuché comentarios como ‘Paracho no es purépecha’. Eso me confrontó, porque estamos rodeados de comunidades purépechas. Yo me pregunto: ¿qué culpa tenemos de que nuestros abuelos ya no transmitieran la lengua? Esa ruptura no nos hace menos, pero sí genera un vacío”.

El fotógrafo relaciona esa fractura con un hecho histórico: el saqueo e incendio de Paracho en 1917 a manos del militar y bandolero Inés Chávez García, el “Atila del Bajío”. “No solo se perdió la iglesia y los documentos históricos; también se quebró la unión comunitaria. Después de ese suceso, la dinámica cambió: se perdió la confianza y, con ella, el sentido de comunidad”. Esa herida, dice, “sigue siendo la raíz del conflicto de identidad que aún sentimos”.

Aunque se le reconoce ya como artista por su trabajo fotográfico, Eduardo amplía constantemente su campo creativo. Además, escribe poesía y narrativa: “Estoy desarrollando un libro que combina mis fotografías y mis textos. También colaboro en una aplicación purépecha-español y en una serie de cortometrajes”.

Su proyecto Uërani, que este año cumple una década, ha sido una plataforma para difundir la cultura y la música de la región. “Me gusta pensar que la cámara me permite ser un mensajero, alguien que ayuda a visibilizar y reconocer el trabajo de la gente”, comenta. No busca el espectáculo, sino el testimonio: “No se trata de vestir a cualquiera con un traje tradicional, sino de retratar a quienes realmente viven esas prácticas. Ellos son quienes mejor pueden representarlas”.

Actualmente, su labor de registro es considerable: “Estoy trabajando en una serie sobre la indumentaria tradicional purépecha. He recorrido unas 65 comunidades y me faltan muchas más”. Incluso en ocasiones hay personas que le reclaman que no ha ido a su comunidad, lo que para él es ahora un honor y una responsabilidad. “Me gusta pensar que la cámara me permite ser un mensajero, alguien que ayuda a visibilizar y reconocer el trabajo de la gente”, dice.

Para Eduardo López, evitar la folclorización no significa negar el folclor. “Hemos satanizado mucho esa palabra”. Eduardo ejerce su capacidad de percepción y reflexión en las cuestiones identitarias y las expresa con sencillez. “En su sentido más puro, el folclor es lo que pertenece al pueblo. Lo importante es acercarse con respeto, con diálogo, con continuidad”.

“Los encuentros suelen ser cálidos. Las sesiones se hacen en lugares significativos y siempre hay un espacio de plática. Muchas veces son los mismos pobladores quienes se proponen o recomiendan a alguien”. Mantiene contacto con muchas de las personas retratadas y siempre está dispuesto a compartir el fruto de su labor con sus modelos: “Con varias de las personas que retraté desde 2017 sigo en contacto”. Expresa esto como un pilar en su trabajo y en su vida: “Es bonito ver cómo esas imágenes generan una relación que se mantiene en el tiempo, al punto de que siento que hemos formado una pequeña comunidad alrededor del proyecto”.

Aunque su nombre se asocia principalmente a la fotografía, Eduardo ha ido expandiendo su práctica artística hacia la escritura y el cine. “He escrito bastante poesía y también estoy trabajando en una novela. Recientemente me invitaron a colaborar en un libro sobre rebozos: primero con fotografías, luego incluyeron un poema y un texto mío”.

La música es otro hilo vital en su vida: “Mi relación con la música es de amor y de cierta frustración”, confiesa. “Amor, porque muchas de las personas que más quiero son músicos. Frustración porque me hubiera encantado tocar un instrumento”. Ha trabajado con agrupaciones como la Orquesta Emenda, las mujeres músicas de Tingambato y artistas de Salamanca. “No puedo tocarla, pero puedo estar cerca de ella, retratarla, difundirla y celebrarla. Y eso también me llena profundamente”.

 “Nos enseñan a buscar siempre ser los mejores, a ganar, a obtener reconocimiento. Pero las cosas más interesantes aparecen cuando uno no las está buscando. Yo sigo soñando con hacer cine o música, pero lo verdaderamente valioso ha sido disfrutar el camino, conocer a las personas con las que trabajo y encontrar felicidad en eso”.

Erandi Avalos, historiadora del arte y curadora independiente con un enfoque glocal e inclusivo. Es miembro de la Asociación Internacional de Críticos de Arte Sección México y curadora de la iniciativa holandesa-mexicana “La Pureza del Arte”. erandiavalos.curadora@gmail.com