Ubicada en 440 de la calle Allende, en el Centro de Morelia, esta casa albergó exposiciones sobre brujería y el Santo Oficio, pero encierra un oscuro pasado.

Jorge Ávila / La Voz de Michoacán

Morelia, Michoacán. Morelia, como es común en las ciudades coloniales, encierra mitos y leyendas que trascienden el paso de los años y que le dan identidad. Varios inmuebles del Centro Histórico guardan secretos que han dado pie a historias de terror, como la casa de la mano en la reja, ubicada en la calzada Fray Antonio de San Miguel; la Casa del Duque, en la calle García Obeso, o el inmueble marcado con el número 440 de la calle Allende, a unos pasos de la sede del Ayuntamiento.

Este inmueble adquirió popularidad en la primera década de este siglo, cuando, luego de que fue remodelado, albergó exposiciones sobre brujería y el Santo Oficio, por lo que ofrecía recorridos que, según quienes los experimentaron, estaban llenos de experiencias paranormales. Por este motivo, el inmueble ha sido considerado como la casa más embrujada de la ciudad, pues quienes han estado en su interior aseguran haber visto apariciones y objetos moverse solos, y sentido presencias extrañas.

A principios de la primera década de este siglo, la casona abrió sus puertas para albergar exposiciones referentes a lo paranormal, fue así que un tiempo se anunció como Museo de Brujería y más tarde, entre 2004 y 2008, albergó una exposición de la Santa Inquisición, en la que se mostraban los aparatos usados por el Santo Oficio para torturar a los sospechosos de herejía durante el siglo XVI. A decir de personas creyentes de lo paranormal, estas exposiciones despertaron las energías negativas de la propiedad.

A medida que pasaba el tiempo y entre más testimonios de experiencias paranormales escuchaba, el dueño declaró a medios locales que en ese lugar habían sido asesinadas varias personas, de lo cual se dio cuenta durante los trabajos de remodelación, en que encontró restos humanos enterrados en el patio, incluido el de un niño. De hecho dijo haber hallado cuerpos emparedados y un túnel que nunca supo hacía dónde iba, pero se presume que pertenece a la red de túneles que conectan a los principales edificios del Centro Histórico.

Mientras la casa estuvo abierta al público se recogieron testimonios de personas que aseguraban haber visto el fantasma de un niño, otros dicen que vieron a una anciana. Otros más escuchaban risas en sitios de la casa donde no había nadie.

No hay muchos datos sobre la casona, pero algunas crónicas señalan que habría pertenece dio a un ladrón y asesino, quien habría ultimado ahí a varias personas. También se consigna que perteneció a un hombre de negocios, el cual fue asesinado junto a su hijo, lo que explicaría la aparición de un menor.

Otra de las leyendas que encierra esta casa indica que bajo una chimenea están enterrados 2 frailes y que ahí está un baúl con barras de oro, pero quién se atreva a sacarlo perderá a algún integrante de su familia. Muy conveniente para mantener el misterio.

La casona es propiedad privada y hoy está cerrada al público, pero aún los curiosos pasan por su fachada y se asoman para ver si pueden observar un poco al interior.

El Santo Oficio en Valladolid

La Inquisición se hizo presente en la Nueva España en 1522, pero fue hasta 1570 cuando quedó formalmente instaurado el Tribunal del Santo Oficio en la Ciudad de México, encabezado por el Inquisidor Mayor.

Esta instancia tuvo dos finalidades: primero, entre el siglo XVI y el XVIII, persiguió a cualquier sospechoso de disidencia ante los intentos de la Iglesia católica de unificar a la población bajo un mismo culto, pero después en la segunda mitad del siglo XVIII, se dedicó a perseguir a quienes propagaran ideas ilustradas que pusieran en riesgo la naturaleza virreinal de la Nueva España. Esto duró hasta la consumación de la independencia de México, en 1821.

Hacia la segunda mitad del siglo XVIII, Valladolid, hoy morelia, tenía 15 mil habitantes y albergaba a autoridades civiles y eclesiásticas, como el Obispado de Michoacán, que aglutinaba a Colima, Guanajuato, San Luis Potosí, una parte de Guerrero y otra pequeña parte de Tamaulipas.

Así, a Valladolid llegaban negros, mestizos y mulatos libres desde los alrededores de la ciudad para comerciar los productos de sus pueblos de origen, pero también arribaban vagabundos y delincuentes, constituyendo así un problema para el gobierno. Entre ellos llegó un hombre llamado Juan Nepomuceno Perales, vecino de la ciudad de Guanajuato y detenido el 5 de febrero de 1776 en la plaza mayor por robo de carne. Pero entre sus pertenencias encontraron "instrumentos que cargan los hechiceros y supersticiosos para sus malos fines": un pajarito de los conocidos como chupamirtos, una raíz de peyote, cabellos de mujer, romero molido, piel de coyote y unas estampas católicas. Ante tal situación, la autoridad civil remitió a Juan Nepomuceno Perales ante la Comisaría Inquisitorial de Valladolid.

Perales admitió que un hombre se los había dado para tener suerte en el juego, en el amor y en el trabajo. Mientras las investigaciones seguían, Juan Nepomuceno decidió prender fuego a la puerta de su celda y escapar por las azoteas, pero fue reaprehendido y puesto en libertad el 22 de mayo de 1779, ya que no hubo testigo que asegurara que tuviera pacto con el demonio o que fuera hechicero.

Así, aunque Juan Nepomuceno se salvó de morir, en toda Nueva España más de 300 personas fueron llevadas ante el Santo Oficio durante los 300 años de vida colonial, pero no hay un número preciso de muertos.