Sin llegar a ser el más visitado, el inmueble sigue siendo un punto de encuentro y un refugio espiritual para la comunidad católica.

Arved Alcántara / La Voz de Michoacán

Morelia, Michoacán. Ubicado sobre la Avenida Madero, el Templo de la Cruz de Morelia, aunque no goza de la misma “fama” de otros recintos religiosos del Centro Histórico, es sin duda un edificio emblemático de la arquitectura colonial en la capital michoacana; sus muros de cantera rosa contienen siglos de devoción católica, pero también de historia.

Este recinto ha sido testigo y actor de los avatares de la vida en la capital michoacana, un testigo mudo de los miles de morelianos y turistas que frente a su acera circulan y una parada obligada en Semana Santa durante la visita de los siete templos.

Rodeado de otros grandes templos como el de San Francisco, Las Monjas, San José y hasta la Catedral, el de la Cruz es un recinto mucho más modesto, que inició como una pequeña ermita de adobe en el siglo XVII, hasta su transformación en una la iglesia barroca que persiste hasta nuestros días. Hay información que indica la ermita origina de adobe fue edificada por dos franciscanos que llegaron con la finalidad de cristianizar y dar culto a las llagas de Jesús y a la Santa Cruz; en su interior solo había una imagen de Cristo crucificado.

“Tuvieron que pasar 100 años para que en Morelia se diera impulso a las construcciones monásticas de Morelia para que la simple edificación de techo de teja se convirtiera en el templo que hoy podemos visitar”, detalla un blog en Internet de Diana Patricia Montemayor Flores, que aborda diversos sitios de referencia en Morelia.

De acuerdo con los archivos históricos, la construcción del templo, bajo la dirección del padre Nicolás de la Serna, se dio entre 1680 y 1690 y marcó el comienzo de una rica tradición religiosa en la región. A lo largo de los siglos, el templo experimentó numerosas transformaciones, reflejando las diferentes épocas y estilos arquitectónicos que han dejado su huella en el paisaje urbano de Morelia.

En el siglo XX, el templo fue sometido a una importante remodelación por orden del obispo don Atenógenes Silva, que incluyó la elevación del techo y la reforma del altar mayor. Estas modificaciones arquitectónicas, aunque cambiaron su aspecto físico, sirvieron también en su momento para motivar a la comunidad a volver a visitar el recinto, uno de los más bellos de su tiempo, que fue víctima de tres grandes saqueos a lo largo de su historia en medio de las diferencias entre el gobierno civil y la Iglesia.

Desde 1920 los Misioneros del Espíritu Santo han sido los guardianes de la parroquia del Templo de la Cruz, preservando su legado y enriqueciéndolo con nuevas expresiones artísticas y materiales de devoción; desde entonces, la operación del recinto religioso quedó totalmente en manos del clero católico. Pese a los saqueos de los que fue víctima, se destaca la conservación de algunos de los doce retablos y parte de su magnificencia original.

Sin llegar a ser el más visitado, el inmueble sigue siendo un punto de encuentro y un refugio espiritual para la comunidad católica, particularmente durante los fines de semana, en que las familias acuden a misa y aprovechan para tomar un helado o recorrer alguna de las calles y plazas contiguas.

La ubicación del templo en el Centro Histórico también lo convierte en un observador privilegiado. Desde sus puertas se pueden atestiguar los rituales religiosos y los eventos cívicos que dan vida a esta parte de la ciudad, como la Procesión del Silencio y el carnaval de toritos de petate que recientemente desfilaron durante las festividades de Semana Santa.