Es importante que, desde el hogar, y en la medida de las posibilidades, se fomenten prácticas más saludables de alimentación en niños y adolescentes, empezando por erradicar productos nocivos

A Sofi, por un mundo mejor para ti.

Jorge A. Amaral

Debido a que ahora hay una amplia gama de productos en el mercado, muchos de ellos, riquísimos; otros, muy accesibles, pero siempre uno o más para cada paladar, el consumo de productos chatarra ha aumentado considerablemente desde la década de los 80 a la fecha.

Fui niño de los 80 y se vivía una realidad muy distinta. Quizá por vivir en un pueblo, a lo mejor por la época, pero el acceso a productos chatarra era más limitado. Por ejemplo, Sabritas no tenía la variedad de productos que ofrece hoy; Marinela y Tía Rosa, aunque presentes en las estanterías de las tiendas del pueblo, no eran tan consumidas por niños dado el precio.

La chatarra consistía en churros, palomitas o frituras con Salsa San Luis. El chicharrón, salvo por ser de harina, era una ensalada: repollo o lechuga, jitomate, cebolla, cilantro, quizá aguacate, limón y, de nuevo, Salsa San Luis. Los cueritos llegaron a la década siguiente. En dulces había una amplia gama: de tamarindo, los gloriosos mazapanes de La Rosa o borrachitos, hasta los dulces sintéticos de Sonrics.

En la cooperativa escolar lo más socorrido eran los churros con salsa (San Luis, of course), pero muchas veces lo que vendían era una galleta salada (de esas con las que se acompaña un coctel de camarón) con salsa (sí, San Luis), y dulces varios, pero con refresco en bolsa.

A la salida de la escuela, bolis de todos colores, churros o frituras con salsa (San Luis, claro), dulcecitos baratos, pero bien azucarados y, lo más maravilloso y que a la fecha es de mis comidas favoritas: tacos dorados, de papa, con lechuga y queso, aderezados con una salsa de jitomate que apenas si picaba por ser pensada para niños de primaria. Eso eran los 80 en mi pueblo.

Pero de los 80 a la actualidad los índices de obesidad se han duplicado, según datos del Centro de Investigación en Nutrición y Salud del Instituto Nacional de Salud Pública, que estima que para 2035 habrá 4 mil millones de personas con este problema alrededor del mundo, y lo peor de todo, en la población infantil podría duplicarse. En México, 36.9% de los adultos vive con sobrepeso u obesidad, y en 2030 podría llegar al 45%.

Los datos sobre este problema no son alentadores, pues, según el “Atlas de riesgos para la nutrición de la niñez en México”, publicado por Save the Children y el Centro de Excelencia e Innovación para los Derechos y Oportunidades de la Niñez, la obesidad entre menores de 5 a 11 años se duplicó en 20 años, esto al pasar de 9% en 1999 a 17.5% en 2023.

Pero el problema no es sólo si el niño come mal o come mucho, sino que en la malnutrición de los niños influyen factores como la falta de recursos en las familias, la violencia generalizada, la violencia intrafamiliar, la interrupción de la lactancia, el cambio climático, las alteraciones en la producción de los alimentos, la falta de acceso a agua potable o el grado de educación en las familias.

Pero ahí no para la cosa, porque en México más de 16 millones de niños y adolescentes de 5 a 19 años son obesos o tienen sobrepeso, según datos oficiales. Esto ha llevado a que la obesidad infantil hoy sea considerada un problema de salud pública, cuyo aumento está directamente relacionado con los altos niveles de azúcar, grasas y sal que tienen los alimentos y bebidas, lo que conduce al desarrollo de diabetes, anemia o tendencia a la depresión durante la adolescencia.

Por eso es importante que, desde el hogar, y en la medida de las posibilidades, se fomenten prácticas más saludables de alimentación en niños y adolescentes, empezando por erradicar productos nocivos.

Pero hay que entender que mientras hay familias con acceso a alimentos nutritivos en gran variedad, hay otras, la mayoría de escasos recursos, que dependen de alimentos no saludables por su bajo costo y amplia distribución en el país.

La pertinencia de mejorar los hábitos familiares en la medida de lo posible estriba en que los niños hacen aquello a lo que se acostumbran, los hijos comerán lo mismo que sus padres, y es por ello que el 82.6% de infantes mexicanos menores de 5 años toman bebidas azucaradas, una cifra que llega hasta el 93% de 5 a 11 años, y el 90.3% de 12 a 19 años. Esto, además de provocar obesidad y sobrepeso, lleva a otro problema: la diabetes.

En México, el número de personas adultas que padecen diabetes ha aumentado en los últimos años. Según la Encuesta Nacional de Salud (2000) y Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (2022), en el año 2000 había 5.3 millones de personas adultas con diabetes, mientras que para el año 2022 la cifra llegó a 14.6 millones de personas, casi el triple.

En 2020, de las 151 mil 019 personas que murieron por causas relacionadas con la diabetes, 14.9% fue por consumo excesivo de bebidas azucaradas: 22 mil 500 decesos. En cuanto a pacientes con padecimientos cardiovasculares que fallecieron ese año, de 255 mil 725 que murieron por padecimientos de esa naturaleza, la muerte de 23 mil 500 estuvo relacionada con el consumo de ese tipo de productos.

Con ese excesivo consumo de juguitos y refrescos en menores de edad, llegamos invariablemente a un problema aún más severo: la diabetes infantil, que es de los padecimientos crónicos de mayor preocupación en México. 

Según el Centro Médico ABC, aproximadamente 542 mil niños en México viven con diabetes tipo 1, y cada año se diagnostican alrededor de 78 mil nuevos casos. A lo anterior se suma el aumento de diabetes tipo 2 en menores, que pasó de 2.05 casos por cada 100 mil habitantes en 2016 a 2.9 casos en 2020.

Pero al hablar de diabetes es inevitable llegar al tema de las defunciones, pues siempre hay ese riesgo si no se adoptan medidas para mitigarlo. Según la Estadística de Defunciones Registradas del INEGI en 2021, 13% (140 mil 729) de los decesos en el país fue a causa de la diabetes mellitus. De las personas que fallecieron por esa enfermedad, 74.9% (105 mil 395) no era insulinodependiente y 2.2% (3 mil 109) lo era.

En esa misma estadística se consigna que los adultos mayores concentraron la mayor cantidad de muertes por diabetes mellitus. En los hombres de 15 a 64 años de edad se registraron más muertes que en las mujeres del mismo rango de edad. No obstante, esta tendencia se invirtió en los adultos mayores, pues fallecieron más mujeres que hombres (45 mil 592 frente a 40 mil 997, respectivamente).

Sin embargo, entre menores de 15 años, aunque pocas, también hubo defunciones: 27 mujeres y 24 hombres, para un total de 51 niños menores de 15 años que fallecieron por la enfermedad.

Y aunque de 2019 a 2021 la tasa de mortalidad por diabetes disminuyó de 11.9 a 11 decesos por cada 10 mil habitantes, aún hay estados del país que se mantienen por encima de la media nacional, repito: siempre con datos del INEGI. Así, siendo la tasa nacional de 11 decesos por cada 10 mil habitantes, Puebla (15.7), Veracruz (15.6), Tlaxcala (14.5), Estado de México (14.1), Tabasco y Oaxaca (13.5), Morelos (13.2), Michoacán (12.9), Ciudad de México y Guanajuato (12.4) están por encima de la media nacional.

Y no es sólo un tema de defunciones y estadísticas de cuántos pacientes hay, también hay que considerar lo que un enfermo con diabetes cuesta, porque, además de los gastos que una familia debe hacer para atender a su paciente (que en este momento no quiero calcular), el costo de tratamiento es una fuerte carga económica para el sistema de salud, ya que, según el Instituto Mexicano del Seguro Social, los gastos anuales en tratamiento y complicaciones derivadas de la diabetes superan los 50 mil millones de pesos. Y no, no todos los niños desarrollan diabetes por la ingesta desmedida de grasas y azúcares. Hay otros factores que llevan a que un niño se vea afectado por el padecimiento.

Por todo lo anterior, es importantísima la reciente entrada en vigor de la ley que prohíbe el expendio y consumo de comida chatarra en las escuelas. Sí, falta mucho, la medida no es suficiente porque también hay que educar a los papás para que mejoren los hábitos domésticos, pero es un buen comienzo.

Sé que ha habido quienes se han quejado de la medida, pero piense por un momento en un niño con obesidad o con diabetes. Créame que esta medida es tranquilizante, sabiendo que los niños con esta condición están menos expuestos a la tentación de comer cosas que les perjudican (niños son niños). Ahora sólo falta que se regule la venta al exterior de las escuelas, porque habrá casos en los que de nada sirve que en la escuela no se les venda chatarra si afuera hay todo un mercadito. Por lo pronto, bienvenida la medida y ojalá nunca le den marcha atrás. Es cuánto.