Acepto la memoria de Shakespeare”.
Gustavo Ogarrio
Jorge Luis Borges va a centrar su apropiación de William Shakespeare en la figura de la memoria. El cuento “La memoria de Shakespeare”, de Borges, en voz de Hermann Soergel, comienza así: “Hay devotos de Goethe, de las Eddas y del tardío cantar de los Nibelungos; Shakespeare ha sido mi destino”. Más adelante se lee: “Dije, articulando bien cada palabra: / —Acepto la memoria de Shakespeare. / Algo, sin duda, aconteció, pero no lo sentí”. La “recepción de ese milagro” se transfiguró en un infierno: “La memoria de Shakespeare no podía revelarme otra cosa que las circunstancias de Shakespeare. Es evidente que éstas no constituyen la singularidad del poeta; lo que importa es la obra que ejecutó con ese material deleznable… En la primera etapa de la aventura sentí la dicha de ser Shakespeare; en la postrera, la opresión y el terror”. La confusión de dos memorias, una de sombras y banalidades del poeta inglés, oprime el “modesto caudal” de la memoria de un alemán solamente erudito; el abatimiento que orilla a Soergel a liberarse de la memoria de Shakespeare, a emprender su siguiente transfiguración en una llamada telefónica: “He olvidado la fecha en que decidí liberarme. Di con el método más fácil. En el teléfono marqué números al azar. Voces de niño o de mujer contestaban. Pensé que mi deber era respetarlas. Di al fin con una voz culta de hombre. Le dije: —¿Quieres la memoria de Shakespeare? Sé que lo que te ofrezco es muy grave. Piénsalo bien. Una voz incrédula replicó: —Afrontaré ese riesgo. Acepto la memoria de Shakespeare”. La memoria del genio dramatúrgico se transforma en una pesadilla al revelarse como banal, como todas las memorias de todos los seres humanos y nos deja una lección: somos de forma intransferible lo que hacemos con nuestros propios infiernos y, al mismo tiempo, somos la sustancia transferible de ese infierno.