Morelia, Michoacán

Mayra Vanessa Bravo pensó no volver jamás al sitio que la marcó para siempre. Apenas tenía 18 años de edad cuando vivió los momentos más violentos de su vida al lado de su familia. El estruendo de los granadazos que hicieron blanco en decenas de personas aquella noche del Grito en Morelia, hace 16 años, persisten en su memoria. No ha regresado a presenciar la ceremonia. “Creo que nunca volveré”, comparte.

Era la noche del 15 de septiembre de 2008, Mayra Vanessa llegaba con su familia al Centro Histórico para presenciar la ceremonia del Grito de Dolores y acompañar a su hermano, entonces integrante de la banda de guerra de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (UMSNH).

La velada empezó como una fiesta. Todo era algarabía y una multitud presta para disfrutar la verbena popular, la música, el fervor patrio y la comida tradicional. Pero la fiesta mexicana terminó como uno de los hechos más dolorosos en la historia de Morelia y Michoacán. El centro de la ciudad era atacado con granadas contra la población civil.

“Insistí a mis papás para ir, estábamos cerca de la jardinera al sitio del ataque, en la plaza Melchor Ocampo, de repente sentí que se cimbró el piso, escuché una detonación que muchos confundieron con cohetes o juegos pirotécnicos, oí un grito muy fuerte y, al voltear, vi que todos empezaron a correr”, recuerda la joven moreliana.

Han pasado 16 años de esa noche de terror. Mayra Vanessa está sentada a un costado de la plaza en honor a las víctimas del 15 de septiembre de 2008, en la histórica plaza Melchor Ocampo. Desliza su mirada tranquila, pero no mira a los niños jugar ni a los vendedores ambulantes, tampoco a los transeúntes que esperan cruzar la calle.

Siguen vivos los recuerdos de esa noche convulsa. “Mi papá es paramédico, así que corrió a ayudar, oímos sirenas, los militares nos desalojaron de la plaza, yo estaba en crisis por no saber dónde estaba mi papá, cuando lo vi tenía sangre en sus manos. Me alarmé y pedí que fuéramos por mi hermano, pero tuvimos que irnos a casa”, recuerda.

Mayra Vanessa relata con voz serena, en un esfuerzo por mantenerse tranquila, que esa noche cuatro de sus familiares resultaron lesionados y dos conocidos, fallecidos. Afortunadamente, su hermano fue resguardado en el Palacio de Gobierno y se mantuvo a salvo.

Información oficial refiere que los ataques con granadas se registraron en la plaza Melchor Ocampo y en las inmediaciones del templo de La Merced. Aunque ningún grupo u organización se adjudicó la autoría de los hechos, se ha dicho que fueron responsabilidad de grupos delincuenciales. La investigación reconoce ocho fallecidos y 132 lesionados.

Hay heridas que no se ven, que se ocultan bajo la piel. Esa noche muchos sufrieron daños físicos, pero también afectaciones a su salud mental que siguen cargando, aun con el paso de los años.

“El incidente detonó primero una crisis; luego estrés y culpa, porque mi papá no pudo atender a la gente por calmarme. Después, vinieron la depresión y el trastorno de ansiedad, por los que aún debo tomar medicamentos hoy. Y es que habrán pasado 16 años, pero las secuelas siguen”, refiere Mayra Vanessa.

Comparte que fueron 13 años sumergida en el dolor, el miedo y la incertidumbre. No quiso saber de los procesos que pasaron los otros afectados, víctimas de lo que hoy se califica como el primer ataque terrorista en México, sólo pudo observar que “esos primeros años fueron muy difíciles para todos, porque teníamos que enfrentar el dolor físico, los costos de atención médica y la incertidumbre”.

“Ahora estamos más tranquilos, hasta donde sé mis familiares reciben una pensión; yo, desde hace cinco años fui reconocida como afectada y también recibo una pensión que me ayuda a comprar mis medicamentos”, explica.

De acuerdo con la Secretaría de Gobierno (Segob), 60 personas son atendidas por sufrir alguna afectación relacionada con el llamado 15-S, de las que 46 cuentan con pensiones temporales y 14 con pensiones vitalicias.

A 16 años de distancia, Mayra Vanessa Bravo reconoce que sólo ha asistido a un evento masivo, con resultados agridulces, y no ha vuelto a una ceremonia del Grito de Dolores, “creo que nunca volveré”, dice.

“Esta es la primera entrevista que doy y es la primera vez que vengo a la plaza, sin que sea para asistir al acto en honor de los afectados. Tengo miedo, me cuesta trabajo, pero debo encontrar la manera de sobrellevar, de no centrarme en el dolor de aquel día, y así es como ahora puedo estar aquí, aunque no es un lugar que me guste frecuentar”, comparte.

La joven desliza una mirada a su vida y a su entorno. “Hoy puedo ver con más claridad el futuro, los primeros 13 años no sé cómo los viví, me sumergí en el dolor, cada que sabía de un acto de violencia, sobre todo en o cerca de Morelia, me sentía en peligro y me preocupaba por la gente que asiste a los eventos públicos sin temor.

Ahora estoy más tranquila y me siento mejor, creo que no es tarde para tener una mejor visión del futuro”.