Por supuesto que la autoimágen es diversa, muy diversa; hace falta ver a familias con varios hijos e hijas.

“La fragilidad humana, tiene el poder de hacernos más claros sobre lo que dura y lo que pasa, sobre lo que nos hace vivir y lo que mata.” Así incia la carta que dirigió el Papa Francisco al director del Corriere della Sera, Luciano Fontana, en respuesta a un mensaje suyo de cercanía al Pontífice (…) en el que le pide que reitere un llamamiento por la paz y el desarme en las columnas del diario milanés.” www.vatican,news.va

En efecto, la vulnerabilidad de cada uno de nosotros, da testimonio de lo poco firme que es la vida, del tenue hilo del que pende la supervivencia, no sólo del individuo, sino de la especie humana.

Se nace inerme, a expensas de un padre, una madre, que -pueden o no-, acertar en cubrir las necesidades de uno; que le den abrigo, techo y sustento para alentar el mantenimiento y prosperidad personal. Y claro que no solo de pan vive el hombre.

La madre, el padre, deben hablarle a su vástago: un “te amo”, alimenta el alma del pequeño, tanto como el pecho. Es tan vital que lo pueden hacer dichoso o infeliz.

Y continúa la carta: “Me gustaría animarle a usted y a todos aquellos que dedican su trabajo e inteligencia a informar, (que) sientan la importancia de las palabras. Nunca son sólo palabras: son hechos que construyen entornos humanos.” (ídem)

El vigor de un vocable, su momento exacto, su precisión en la forma, pueden ser la diferencia entre la vida y la muerte reales o simbólicas. Aquel que se ha nutrido de una voz cálida, amable, tierna, no solo crece, sino que tiene gratitud para quienes se la han dado. El que no ha escuchado eso, se puede decir, que esta muerto en vida.

¡Qué relevancia adquiere el que se le dé valor a las palabras! 

Por eso dice Francisco: “Nunca son sólo palabras: son hechos que construyen entornos humanos.”

El niño, la niña, aprenden a hablar, mamando. Por eso, es casi todos los idiomas la palabra Mamá, refleja ese hecho: ana (en azerbayano); mémé (en balinés); mutter (en alemán); mor (en danés); mamm (en luxemburgués); nana (en náhuatl); amá (en nepalí); ema (en sudanés) y así por el estilo. Mamar es un hecho que refleja la supervivencia de la especie.

Y de allí en adelante, los conceptos representan hechos de la vida.

La madre, el padre, los hermanos, usan muchas expresiones para el nene. Lo nombran, le alimentan, del mismo modo que lo hacen víctima de bromas de buena y mala fé; él (o ella) escucha, se va así haciendo una idea de quién es él, de si es querido, cuidado, procurado en su desarrollo o si es ridiculizado y frenado en su crecimiento como persona.

Y fuera del hogar, uno ve reforzados esos mensajes, que estimulan, mantienen o propician una autoimágen firme, segura, definida o bien maltratan por segunda vez, la pobre autoestima de uno.

Por supuesto que la autoimágen es diversa, muy diversa; hace falta ver a familias con varios hijos e hijas; cada uno de ellos es único: el bromista, el silencioso, la simpática, la aguerrida, la rebelde, la dócil.

Una imagen que se forja en casa, pero que sigue y sigue haciéndose a lo largo de la vida, en la escuela, con los conocidos, los amigos, los enemigos, los jefes, los compañeros de trabajo, los vecinos…

Y todo se construye con palabras: dulces, pacíficas, indulgentes, dúctiles, esquisitas, amargas, irascibles, desagradables, antipáticas, destructivas, constructuvas y mil modalidades más de ideas y matices que hacen que cada cabeza sea un mundo.

Palabras, que hacen diferencia, que le dan a uno identidad, que construyen familias, sociedades, nacionalidades. Del mismo modo que hacen costumbres, procesos, negocios, empresas, gobiernos. Por supuesto, esas palabras también son responsables de “lo otro”, las trampas, los enjuagues, los arreglos por abajo del agua, lo fuera de la ley…

Del mismo modo, las palabras lo hacen todo, las religiones, las ciencias, las artes, la política, la economía, los tratados internacionales, los desacuerdos, las guerras.

Y a todo, las palabras ayudan a distinguirlo.

Una obra de teatro, vale todo lo que hay en ella, como en Shakespeare, en Tirso de Molina, en Moliére, en Virginia Woolf. Ellos y ellas han edificado personajes que trasmiten ideas, ideales, emociones, historias, leyendas que dejan un mensaje.

Como también hay novelas históricas, fantásticas, de ciencia ficción y costumbristas, que crean y recrean partes de la realidad en que se vive, se cree, se descubre, se analiza y se siente.

Como las ciencias, que se basan en conceptos que -primero-, fueron hipótesis; para dar lugar a investigaciones que aprobaron o falsearon las primeras. Unas .las ciencias duras-, matemáticamente construidas, para mostrar representaciones de la realidad, que permiten -sin suplantarla, ni equipararla-, entenderla, imaginarla y construirla como otra realidad pensada, pero comprendida en mentes que las formularon.

O las ciencias humanas, como la Economía, la Política, la Historia, la Antropología, que construyen igualmente realidades interpretadas según teorías armadas de muchas hipótesis, para dar aproximaciones a la realidad que ofrecen coherencia, consistencia y patrones reconocibles.

Con palabras, se ha hecho la Humanidad…y por ellas, también se ha destruido.